martes, 2 de junio de 2009

Llamados como Iglesia

La consideración de la iglesia a través de los tiempos como institución formal es uno de los aciertos más importantes y coherentes del cristianismo, ello ha contribuido a la preservación de la fe cristiana y a la vigencia de su mensaje y propuesta de vida.
Dado el origen etimológico y la aplicación bíblica del término “Ekklesia” es totalmente correcto considerar que a lo que el Nuevo Testamento reconoce como iglesia no es a individuos particulares, sino a la reunión de los fieles que son miembros del Cuerpo de Cristo. Así, la Biblia en Hebreos 10:24-25 nos ofrece un imperativo irrefutable como ordenanza pastoral, y nos provee una clara seguridad teológica y pastoral que nos enseña que debemos reunirnos en una comunidad instituida y designada como asamblea de creyentes en Jesucristo y a esto la Biblia le llama "la Iglesia".
El cumplimiento de esa prescripción pastoral de congregarse cuenta con un claro testimonio histórico, puesto que los primeros cristianos lo obedecían y por eso no es extraño que tal observancia sea parte clara de nuestro cuerpo de doctrina bíblica. De modo que razonablemente venimos a reconocer sin ambages a la imitación de esta práctica de la iglesia de todos los siglos como un absoluto dogmático que como en las carreras deportivas nos entrega el testigo atlético de asumir y perpetuar para todas las generaciones cristianas esta pastoral del congregarse asumida como una ordenanza bíblica, como disciplina, y aún como saludable costumbre. Y es que el congregarse es, ha sido y será parte vital tanto del testimonio de la fe y vida de la iglesia como de nuestra identidad y pertenencia al cuerpo de Cristo. Dicho así ese testimonio histórico tan significativo ha de ser defendido y sostenido no sólo como tradición sino como institución bíblica para los fieles de todos los tiempos y las culturas incluida la nuestra que aunque presenta tantos elementos que atentan contra la fidelidad cristiana en el hecho de congregarse, no justifica a los cristianos contemporáneos que deciden no congregarse aludiendo motivos fútiles, sino que más bien convoca a la iglesia al cumplimiento de la ordenanza bíblica aún en nuestra competitiva, mercantilista, y secularizada sociedad, y a generar la aplicación creativa y contextual de nuestros valores absolutos con la decisión firme de quienes creemos en Jesucristo como Señor de la iglesia.
Las Sagradas Escrituras nos demuestran que una parte importante de la vida de iglesia incluye la ineludible y disciplinada asistencia a las celebraciones de la comunidad de fe como acto de adoración a Dios, amor, servicio, disciplina cristiana, y manifiesto de nuestra fe y pertenencia a Cristo. Luego tal disciplina generará así como todas nuestras devociones a Dios el sentido de satisfacción espiritual que debe superar los apetitos de la naturaleza caída al dar lugar al espíritu que “está dispuesto”.

Salvación y Congregación
Luego, desde nuestra firme creencia del lugar que ocupan las obras y la fe en la salvación humana, establecemos el principio de que ninguna obra (incluso congregarse) nos salva, pero nuestras obras son testimonio de nuestra salvación, y es obra emblemática y mandato divino dada la inspiración escritural “no dejar de congregarse”. Dicho así, quienes han recibido la gracia salvadora de Cristo evidencian su condición espiritual de sometimiento al señorío de Cristo, mediante la obediencia a todo lo que él manda, incluso la visible ubicación en la iglesia del creyente mediante el acto de congregarse.
El corazón convertido supera todos los obstáculos de una interpretación hedonista de la vida cristiana, y en consecuencia determina vencer en la lucha que presentan el mundo, la carne, y el diablo. Y tomando como ejemplo a nuestro Señor y Salvador Jesucristo, decimos sacrificialmente al Padre “no como yo quiera sino como tú”.
En la vida de los creyentes entendemos que el llamado a “considerarnos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras” es mandato que se vive no sólo en el ámbito de la iglesia como asamblea, sino también en la realidad de nuestro andar aparte de la reunión principal de la congregación, luego en el contexto pastoral y cultural en que fue escrito, el mandato de no dejar de congregarse es una consideración aplicada a la convocatoria legítima y primaria de la iglesia.

Perseverancia Histórica de la Iglesia
La iglesia en un tiempo llegó a tener necesidad de congregarse en forma clandestina para preservar su existencia, hoy lo hace de forma abierta y pública no sólo fortaleciéndose en el acto de animarse a amar y hacer buenas obras, y preservándose ante el daño que al actuar contrariamente le arriesga a la dispersión; sino que se reúne manifestando visiblemente su presencia y dando testimonio público de su fe, su identidad, y su sentido de comunidad.
En la antigüedad la comunidad de fe tuvo la orden de participar del templo como centro para su concurrencia, luego al ser perseguido el pueblo de Dios encontró en la familiaridad en medio de las persecuciones y luego en la institucionalidad pública (llamada a mantener el sentido comunitario de familiaridad) una parte vital de su sentido de la identidad religiosa y nacional del pueblo de Dios.
Es interesante el paralelismo histórico en el NT cuando la iglesia comienza a reunirse (pese a los riesgos que ello implicó) en las casas y catacumbas por motivos de la fustigación política sin anteponer excusas por las circunstancias peligrosas que vivía, y luego con el tiempo y los cambios culturales llega a establecer triunfalmente mejores espacios de reunión según sus realidades socioeconómicas y socioculturales, todo ello como testimonio histórico de la comunidad que se mantiene y avanza triunfal en medio de los tiempos declarando que ni aún las puertas del Hades prevalecerán contra ella.

La Tradición del Domingo
A continuación hacemos cita de algunos elementos de la práctica neotestamentaria y en la tradición de la iglesia al respecto de la concurrencia dominical de los creyentes a la asamblea de la iglesia:

Reseñas en el NT:
· Cristo resucitó en domingo (Juan 20:1)· Se presentó a sus discípulos cada domingo (Juan 20:19 y 26)
· En Troas Pablo se juntó con los creyentes en domingo para partir el pan (Hch 20:7, se reunió a adorar y el día es importante o sino para que mencionarlo).
· La Iglesia de Corinto fue instada a levantar una colecta en domingo (1° Corintios 16:2)
· A Juan se le reveló el Señor en Patmos en domingo (Apocalipsis 1:10).
· La promesa del Espíritu Santo se cumplió en domingo (Lev. 23:16) Pentecostés.· El 1° Sermón público de la iglesia, trató acerca de la muerte y resurrección de Cristo y fue predicado por Pedro en domingo (Hechos 2:14)
· La primera conversión en masa bajo el ministerio de la iglesia sucedió en domingo (Hechos 2:41)· El primer evento de bautizos realizado por la iglesia ocurrió en domingo (Hechos 2:4).
· El hecho de que Lucas menciona con este énfasis el día nos demuestra que ya los cristianos usaban el 1° día de la semana para la adoración.

Reseña en la Historia y la fe de los padres de la iglesia
El domingo se guardó como día de adoración mucho antes del edicto papal emitido por Silvestre I, veamos esto en el testimonio de los antiguos documentos de los padres de la iglesia:
· Carta de Ignacio a los magnesianos cap 9: Entonces si aquellos que anduvieron en las prácticas antiguas, siguiendo la nueva esperanza, dejando de observar los sábados, más ajustando sus vidas al día del Señor, en el cual también se levantó nuestra vida por medio de él…
· Didache de los apóstoles cap 14: “Y en el día del Señor reuniros y partid el pan y dad gracias”.
· Epístola de Bernabé (Cap 15): Por eso también guardamos el 1° día para gozarnos, en el cual Jesús también se levantó de los muertos, y habiéndose manifestado ascendió a los cielos.
· Primera apología de Justino Mártir (Capítulo 67): Pero el domingo es el día en el cual todos realizamos nuestra asamblea común, porque en el primer día Dios habiendo obrado un cambio de las tinieblas en materia, creó al mundo, y en ese mismo día resucitó de los muertos a nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
· Sínodo de Dort: En el 4° mandamiento de la ley divina existe un elemento ético y otro ceremonial. El ceremonial era el reposo en el 7° día después de la creación, y la observación estricta del mismo, especialmente impuesto al pueblo judío. El elemento moral radica en el hecho de que un día entre siete debe ser sagrado para dedicarlo al culto divino. El descanso debe llegar hasta donde el culto a Dios y la santificación del día lo exijan. El sábado de los judíos ha sido sustituido para la cristiandad, pero el día del Señor debe ser solemnemente santificado por todos los cristianos, como ha venido haciendo toda la iglesia desde los tiempos de los apóstoles.

Implicaciones de no congregarse.
Reconocemos que existe la apostasía como renuncia a la fe cristiana de lo cual la deserción congregacional es indiscutiblemente una manifestación práctica, visible y punible de esa apostasía. Y no puede ser de otra manera porque en muchos casos particulares, una persona que renuncia a la fe obviamente no concurre a la asamblea cristiana, o esa ausencia se convierte en el inicio de la renuncia.
Entonces al ser esas las implicaciones y al entrar en desobediencia a la ordenanza bíblica, objetivamente se puede reconocer al desertor como un “apóstata” al haber abandonado ilegítimamente la iglesia de la cual era miembro. Dicho así, la apostasía es deserción de la fe y del señorío de Cristo sobre un área tan vital de la vida cristiana y por consecuencia ese porcentaje de levadura leuda toda la masa, así como un porcentaje de agua de cloaca contamina todo el contenido liquido del vaso.
Luego, fuera de la asamblea lo único que le espera al apostata es el progresivo deterioro en una vida de pecado y/o perdición, de frialdad espiritual, de desintegración anímica, de malas obras y de indiferencia moral, de arrogante apostasía y de lamentables ánimos fragmentadores de la comunidad de fe. Y aunque la asamblea no es una absoluta garantía preservadora de todas esas desgracias, la deserción de ella ha sido precursora de la tragedia espiritual de los fieles, una de las propulsoras de la incredulidad de la gente, y la señal más visible del abandono de la fe y vida cristiana.
Por otra parte, aún la sociedad circundante relaciona a los “quehaceres” congregacionales con la identidad cristiana genuina. Cuanto más presente, visible y activa esté una persona en la iglesia, más madurez cristiana se espera de ella, y eso imprime un mayor sentido de compromiso y responsabilidad al creyente, y una responsabilidad adicional para perseverar fielmente en la vida de fe (Salmo 73). Y no podía ser de otra manera dado que Dios estableció reunir como iglesia (embajadora e instrumento del crecimiento de Su Reino) a todos los que vienen a su obediencia, y tal reunión tiene su expresión visible y activa en la actualidad por medio de las comunidades locales que confiesan públicamente su fe en Jesucristo basándose en los principios de las Sagradas Escrituras. Así un cristiano no puede prescindir de ella como Cuerpo de Cristo sin que por ello esté prescindiendo de la totalidad de Cristo.
Reconocemos la legitimidad de las distintas expresiones culturales del culto practicado por la iglesia, así como también muchas de las diversas formas en que se expresa la vida y la misión cristiana, sin embargo hay una dimensión especial de su presencia prometida, que nos es demandada para Su búsqueda, y prescrita por Dios a su pueblo, y es cuando los que creemos en Él nos reunimos en su Nombre.

La maldad de los falsos maestros.
Hoy día los que pretendiéndose cristianos y que circunstancial o definitivamente eligen estar fuera de la Iglesia, no pueden evitar promover la deserción de la iglesia como supuesta fórmula para el mejoramiento de la cristiandad o para ofrecer una espiritualidad más genuina. Entre otros motivos quienes desertan de la iglesia lo llegan a hacer por diversos motivos, en el peor de los casos se trata de personas que se resienten justificadamente o no con otros miembros de la iglesia y no se disponen a sanar sus relaciones, otros reciben la cizaña de quienes se enemistan con la iglesia mientras descuidan el hecho de preguntar a quienes deben sobre aquello que los inquieta. Luego quienes contribuyen a motivarlos para tomar esta mala decisión son precisamente estas personas quienes llenos no sólo de llenos de rencores y despechos, sino de ansias enfermizas de atención o de reconocimiento llegan a ser responsables de la apostasía de los neófitos más débiles que escuchan la triste invitación de cambiar la libertad cristiana por el libertinaje.
Los apóstatas de hoy enseñan que cuando se abandona el congregarse lo que se abandona es una especie de sugerencia bíblica electiva, relativa, y nada dogmática pero que no se abandona a Jesucristo y con argumentos que rayan en lo absurdo sostienen que se sigue siendo parte del Cuerpo de Cristo aún cuando se esté posicionalmente amputado de este. Dios les ayude a que reaccionen más pronto que tarde, porque el miembro desprendido difícilmente puede ser reubicado y mientras más tarde el proceso de reinserción menos probabilidades tendrá de ser adherido y más difícil será la rehabilitación en caso de ser posible. Dios permita que estos equivocados mutiladores del Cuerpo de Cristo entiendan que la vida de fe no transcurre en partes diseccionadas del cuerpo, sino en la totalidad de este, así como Cristo no forma ni mora en particularidades individuales e individualistas sino en la comunidad de fe, LA Iglesia por la que vendrá tiene la vocación y el atributo de la unidad.
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Por quién doblan las campanas
Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra… si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti.
Jhon Donne



Artículo Enviado por el Pastor
Rev. José Piñero

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